Amar como Cristo nos amó, sin condiciones

Amar

Por Samuel Milán: El amor verdadero nunca ha estado sujeto a la edad, a las condiciones familiares o a la salud. Muchas veces la sociedad pretende establecer parámetros para decirnos cómo, cuándo y con quién debemos compartir nuestra vida, pero la Palabra de Dios nos enseña algo muy diferente: el amor nace de lo profundo del corazón y se sostiene en la gracia que proviene del Señor.

He aprendido que amar es elegir cada día, incluso cuando hay diferencias de edad, cuando el otro ya viene con una historia de hijos, pérdidas o cicatrices, o cuando la salud no siempre acompaña. En esos contextos, lejos de ser un obstáculo, el amor se transforma en un espacio de sanidad y restauración. La Biblia dice que “el amor todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta” (1 Corintios 13:7).

Esa no es una frase romántica, es un desafío a vivir un amor maduro, sacrificial y paciente.

Cuando el amor se enraíza en Cristo, no busca lo superficial. Ve más allá de las arrugas, los años de diferencia, las enfermedades o las cargas que trae la vida. Reconoce en el otro a una persona valiosa, creada a imagen de Dios, digna de ser amada con la misma entrega con la que Cristo nos amó.

Y hay algo más: este amor no se queda en lo íntimo, también se convierte en testimonio. Al amar de esta manera, mostramos al mundo que la verdadera plenitud no depende de la edad ni de las circunstancias externas, sino de la gracia divina que sostiene los vínculos. Amar de verdad puede ser un acto profético, porque abre caminos de esperanza en una sociedad que a menudo descarta lo que no encaja en sus moldes.

Ahora, ¿Cómo podemos ayudar a otros? Primero, recordando que el amor no discrimina. Segundo, acompañando a quienes temen volver a amar por miedo al qué dirán o por las heridas del pasado. Y, sobre todo, proclamando que Dios es amor, y que en Él hay redención para toda historia, sin importar lo rota que parezca.

El amor que se vive en Cristo no conoce barreras. No es un ideal, es una decisión diaria de abrazar al otro en su totalidad, confiando en que el Señor hará florecer la vida en medio de lo que parecía imposible. Ese es el amor que transforma, sana y edifica.